Mi felicidad estaba basada en ser exitosa en planes que no eran míos, en planes que me habían sido inculcados por mis padres, mi colegio, universidad, amigos y por la sociedad en general. Me levantaba todos los lunes a trabajar preguntándome como sobreviviría 30 años más hasta pensionarme, y admiraba a todos aquellos que tienen una profesión que coincide con su propósito de vida.
Yo soy economista y negociadora internacional, estudié esta carrera porque soy buena con los números y me gustan, pero en realidad cuando me gradué del colegio ni siquiera entendía bien que era la economía. Trabajé durante siete años en un prestigioso Banco de mi país y fui feliz durante muchos años. Sin embargo, en los últimos tres años comencé un proceso de autoconocimiento que me hacía cuestionarme si de verdad quería dedicar toda mi vida a lo que hacía, a tener únicamente 15 días de vacaciones al año, a tener “seguridad” más no libertad, y a sentir que tenía un propósito (que no conocía) pero que sabía con certeza que no coincidía con la función que desempeñaba.
El inicio de este proceso coincidió con el comienzo de mis estudios de postgrado, realicé una maestría en administración que se basa en el respeto por el ser humano y en el compromiso con el desarrollo de la sociedad. Aquí comenzó mi acercamiento a las ciencias humanas, me enamoré de estas ciencias y comencé a leer y hacer cursos sobre desarrollo personal y espiritual. Sin embargo, los conocimientos solo los aplicaba durante el primer mes y después volvía a mis hábitos negativos y a mis creencias limitantes. Fue gracias a la cuarentena, que el estar conmigo misma me permitió escuchar mi intuición.
Un día leí que el 80% de las personas se encuentran inconforme con su empleo y que el 90% de las personas no tiene ni idea de cuál es su misión de vida, por eso decidí compartir los conocimientos y herramientas que a mí me sirvieron para que otras personas que están pasando por lo mismo puedan darle sentido a su vida, es así como nació Escuela de propósitos.
